Cuentan los que ya no están entre los vivos, que Crono, después de ser derrotado por Zeus se exiló en las islas de los Bienaventurados y hizo allí un reino paradisiaco al que iban los que buscaban el descanso tras haber tenido una vida justa. Curiosamente, Crono, que había sido tan malvado como para devorar a sus propios hijos, en la vejez se volvió compasivo y acogió a un gran número de héroes y dioses cuando estos decidían retirarse al descanso eterno. Desde su privilegiado paraíso, Crono, observaba como su hijo Zeus dirigía desde los cielos su reinado.
Pero sucedió que un día, mucho después de la batalla de los Titanes y de los Gigantes, Zeus echó en falta a uno de sus muchos hijos, a Zagreo. Buscó por el universo y no lo encontró en lugar alguno, mandó emisarios para saber de él y finalmente uno volvió del reino del Tártaro con noticias. El carcelero que vigilaba a los malos Titanes que se le habían opuesto a su cruzada, le explicó que uno de ellos había matado a traición a su hijo. Zeus desató su cólera divina y el cielo tembló como hacia tiempo que no sucedía. Preso de una violenta determinación fulminó con su rayo a los Titanes perversos y los convirtió en cenizas que escampó por toda la tierra. Para completar su castigo ordenó a Vulcano, hijo de Hera, la cual lo engendró en extrañas circunstancias de él mismo, que modelara las cenizas para hacer de ellas a los hombres. Es así como los hombres se formaron con una parte divina y otra mortal, y en ellos anidaría para siempre la maldad de los Titanes.
Los hombres convivían con los animales y como ellos se alimentaban de la tierra, que Gea cuidaba de que fructificara al máximo para dar sustento a todos sus habitantes, pero el hombre no tenia razón ni sentimientos nobles, pues no existían los diferentes sexos, ni tenia medios para fabricar objetos, armas o utensilios. Era por tanto un animal más, solo que poseía en sí la semilla de una parte más noble que le acercaba a sus dioses, pero dependía enteramente de la naturaleza de Gea y de los designios de Zeus. Los hombres luchaban entre sí solo por la fuerza del instinto y en ocasiones eran malvados, pero también eran bondadosos como los animales.
Pasó mucho tiempo y uno de los buenos titanes, Prometeo, que se había apartado de sus malvados hermanos para combatir al lado de Zeus, pensó que la raza de los hombres se merecía algo mejor. Viajó hasta el Olimpo para solicitar a Zeus que le dejara repartir algunas mejoras para los seres vivos de la tierra, sin mencionar que quería favorecer a los hombres. Zeus, viendo alguna intención escondida en dicha petición, se la concedió con la condición de que fueran él y su hermano Epimeteo los que llevaran a cabo dicha labor. Secretamente Zeus dio ciertas consignas a Epimeteo para que tratara de olvidarse de las mejoras que podían afectar a los hombres. Tal era su deseo de venganza para con los malos Titanes.
Fue así como Epimeteo y Prometeo emprendieron la labor de hacer de los seres vivos de la tierra un lugar mejor. Dieron flores a las plantas, troncos nobles a los árboles, garras a los animales, alas y bellas plumas a las aves, cornamentas espléndidas a los antílopes y temibles cuernos a los toros, vacas y bueyes, y así un sinfín de cualidades que a todos mejoró menos al hombre, al cual con malas artes Epimeteo siempre olvidaba favorecer con engaños que inventaba para Prometeo. Pero éste viendo que no podía hacer mucho por el hombre decidió complacer a Zeus con el sacrificio de un buey. Separó los huesos y la carne que apreciaban los hombres y los puso en dos montones separados, al invitar a Zeus cubrió con la noble piel de animal todos sus huesos mejorando en mucho su apariencia y así fue como trató de burlar a Zeus dejándole elegir primero que parte del buey deseaba antes de darle a los hombres la que él no quisiera. Zeus advirtió el engaño y se enfureció tanto que en castigo retiró el rayo de la tierra que era la única fuente del fuego que el hombre conocía. Prometeo se entristeció, pero no cejó en sus intentos por favorecer al hombre y, tiempo después, robó de la fragua de Vulcano el fuego que llevó a los hombres escondido en una caña.
Zeus descubrió pronto la treta y decidió castigar a Prometeo por su atrevimiento encadenándolo a una roca para toda la eternidad, y a los hombres decidió darles un escarmiento. Para eso encargó a Vulcano que hiciera a la mujer. El encargo de Zeus era que modelara al ser más bello de la creación y con la ayuda después de otros dioses dotarla de ciertas características que la hicieran superior al hombre para que lo dominara. En lo único que no quiso Zeus que la mujer fuera superior fue en la fuerza física. Así lo cumplió Vulcano y de la arcilla inerte modelo su atractivo y delicado cuerpo dándole un hermoso rostro y dulce voz. Atenea le dio el conocimiento de las artes plasticas, del ornamento, del tejer y del cocinar delicias irresistibles. Afrodita le dio las artes amatorias, el deseo carnal y las penas del corazón. Hermes le insufló en el corazón las habilidades para la persuasión, la intriga y, en general, una velocidad superior a los hombres para pensar y sentir. Mientras Atenea completaba su obra con magníficas ropas que la ensalzaban, las Horas adornaron su cabello con flores y las Gracias le dieron el gusto por las joyas, y con ellas la cubrieron.
Al regalo de los dioses le dieron nombre y fue Pandora, la primera mujer. Zeus quedó satisfecho con la obra y la envió a la tierra como regalo para los hombres. Y sucedió que al poco de llegar muchos hombres enloquecían en pos de ella, y ella los rechazaba o acogía según su gusto, con lo que los hombres empezaron a pelear entre sí por la mujer.
Pero no solo esto pasó, sino que al existir en la tierra una hermosa caja cerrada que celosamente se guardaba con gran cuidado, Pandora, curiosa, quiso saber cual era su contenido. Pero los hombres la previnieron aconsejándo que no la abriera pues los dioses lo habían prohibido. Lejos de ser esta advertencia un freno, se convirtió en un acicate y finalmente Pandora, seduciendo a sus guardianes, abrió la caja. Lo que sucedió después es otra historia.