Crono devora a sus hijos. Goya |
Asi pues, mucho tiempo antes de que Zeus viera la luz todo seguía su curso en la bóveda celeste llena de oscuro desorden, pues así era el reino del dios Caos. Pero cuando el viejo dios Caos se retiró, ese desorden cósmico fue lentamente convertido en guerra. El reinado de Urano, unido a Gea en matrimonio, se convirtió en una lucha entre sus descendientes que duró siglos. Así y todo, se dice que su tiempo fue breve si lo comparamos con la inmensidad del tiempo universal.
De Urano y Gea nacieron varias familias de dioses que muy pronto se enemistaron entre sí al perseguir todos la herencia del poder celeste. Los primeros en llegar fueron la estirpe de los Titanes (Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto y Crono) y sus hermanas las Titánides (Tía, Rea, Temis, Mnemósime, Febe y Tetis) que pelearon desde muy jóvenes entre si para descubrir que su fuerza unida los podía enfrentar con éxito a los Cíclopes, los gigantes de un solo ojo, y a los Centímanos, unos monstruos de cien manos.
El corazón de Gea estaba triste viendo como sus descendientes peleaban un día sí y otro también. Pero la diosa madre poco podía hacer para evitar la tragedia que seguiría después. Mientras tanto, en la oscuridad de las tinieblas, el tio de Urano, el dios Tártaro, veía con gusto las luchas entre los dioses, que no hacia mas que alimentar con intrigas y mentiras para enfrentarlos entre sí. Tártaro era el dios del desorden y la maldad que se desprende de la materia oscura, digno hijo de su padre el dios Caos.
Los Titanes se fueron haciendo cada vez más fieros y temibles, pues eran los mayores, y cuando su fuerza llegó a la cima de todo su poder, decidieron asaltar, con la complicidad de las Titánides, el palacio real de Urano. Su plan era destronar al dios celeste y ocupar su lugar. Todos lucharon contra Urano, que ante el ataque solicitó con urgencia la ayuda de los Cíclopes y de los Centímanos. La lucha se prolongó durante un tiempo que nadie recuerda, hasta que en una de las batallas, el más atrevido de los Titanes, el más sanguinario, Crono, el Titan más joven, consiguió cortarle los genitales al dios Urano con una hoz de diamante forjada en las montañas del Holocausto. Urano, entre enormes gritos de dolor, se levantó hacia los cielos mientras sus partes caían veloces hacia el mar. Gea, que contemplaba horrorizada lo que estaba sucediendo, se abalanzó sobre su marido Urano y se vio salpicada por su sangre, de la que nacerían tiempo después las Furias, unas diosas vengativas cuya misión celestial sería vengar los crímenes de familia cometidos entre los dioses y, más tarde, entre los hombres. Pero al caer al mar, el miembro cortado de Urano fecundó a las olas y se levantó enorme espuma en todo el mar conocido, justamente de esa espuma se engendró la más bella de las diosas: Venus Afrodita, la hija póstuma del dios Urano. Muchos millones de años más tarde Boticelli inmortalizó el nacimiento de Venus en un cuadro que se guarda en la galería de los Uffizi de Florencia.
Pero la semilla de Urano al caer al fondo del mar, levantó del limo a una raza dormida de guerreros que se llamaron los Gigantes. Estos se alzaron hacia el cielo, de donde venia la semilla esparcida, y en su ascenso de las profundidades marinas arrastraron a las ninfas de las algas, también llamadas Mélides, que desde entonces habitaron en la tierra con los Gigantes.
Crono inició su reinado cruelmente, tal como era, y sin perder tiempo apartó de su cercanía a los Cíclopes y a los Centímanos echándolos al reino del Tártaro para que entre ellos lucharan y se contuvieran. Repartió por la tierra y el mar al resto de los Titanes y se reservó para su palacio celestial a las Titánides a quienes cortejaba cuando sus ocupaciones se lo permitían.
Pasó un tiempo y finalmente Crono se desposó con la Titánide Rea que era la más seductora de las seis hermanas. De la unión nacerían nuevos dioses, algunos de enorme bondad y otros de temible poder. Pero Crono no vivía tranquilo, pues no queria correr la suerte de su propio padre y ser destronado por sus hijos. Aterrorizado por el fantasma de su propio pecado exigió a Rea que le fuera entregando a sus hijos así que nacieran y los iba devorando enterrándolos para siempre en su abultado vientre.
Rea, desesperada al ver como su descendencia desaparecía a pesar de sus esfuerzos, ideó una treta para engañar a Crono. Al parir a su sexto y último hijo, a Zeus, que el destino quiso fuera el sucesor de su padre, le entregó una piedra en lugar de darle al niño. Este fue ocultado en una cueva y amamantado por una cabra que se llamaba Amaltea. Pasó su primera infancia escondido con la ayuda de los Coribantes, que eran unos guerreros semidioses que tenían la costumbre de danzar entrechocando sus escudos y armando mucho ruido, sonido que ocultaba los llantos del pequeño Zeus por no tener cerca a su madre. Por fortuna Zeus era fuerte y no necesitó muchos cuidados, (es de todos sabido que los dioses no necesitaban vacunarse y que por ello no existian, todavia, los pediatras) pero, a medida que crecía en estatura, su odio hacia el padre asesino de sus hermanos fue creciendo en él como la mala hierba y ya solo vivió para vengarse. Pero esta es otra historia.