Es una mañana de cualquier día, y, mientras la Moulinex SuperKristal borbota café americano, Federico se afeita atento a las noticias del magazine radiofónico de turno.
A la misma hora, en Ruanda o Haití, en Yemen o Sarajevo, un rostro sin nombre sufre la condición de su miseria ajeno al microondas que avisa a Federico del croissant a punto. Este drama, que parece no tener solución, no es nuevo en nuestra vida cotidiana. Miles de Federicos seguiremos engullendo nuestro café y croissant de cada día -danósle hoy- sin saber, ni poder, ni querer cambiar esa situación. Lo trágico de este micro-cosmos a escala, es la exactitud con que los hechos se repiten. La circularidad del tiempo es la repetición de los horrores y maravillas por las que transita nuestra existencia. Una repetición que se produce a escalas, en fugas, sostenidos y cadencias. Una repetición a la que nos hacemos ciegos e indiferentes. La especie humana sigue, y seguirá, fiel a su destino, alimentando la cantera de actores, de Federicos, de locutores, de constructores de cafeteras, de pasteleros de producto congelado. Todos ellos tan necesarios como la danza del sol alrededor de la galaxia, o como el baile-spin del electrón anónimo que ahora escapa del quantum para volver a la materia oscura de la que un expediente X dice que salió. Porque todo este despliegue de incomprensibles desarmonías "sólo pueden serlo en apariencia”, pensará —sin quererlo– Federico al acabar su afeitado habitual. Quizás en ese segundo mágico vea por un instante su verdadero rostro reflejado en el espejo de la humanidad, pero al momento siguiente, la Moulinex SuperKristal se quedará nuevamente sola, -borbotando automáticamente-, sin nadie que la necesite hasta el mañana después. Mientras esa apariencia dure, miles de Federicos nuestros de cada día seguirán las noticias de la mañana convencidos de que todo tiene explicación, por más que la evidencia muestre lo contrario. Y será solo fugazmente, como algunos Federicos iluminados tendrán atisbos de lo incognoscible y como, abrumados por las consecuencias de esa nueva realidad, preferirán regresar a los cantos de sirena familiares para seguir brillando inmóviles en el firmamento humano. Federico fugaz, mejor esto que nada: se dirán mientras sorben el siguiente buche de café americano... Aquella mañana de cualquier día, atisbaremos nuestra imagen prisionera del hábito. Acertaremos a señalar el blanco incapaces de atinar en él con el entrecejo forzado, y reconfortaremos nuestro ánimo pensando, sintiendo también, que nos hallamos un paso más cerca del final de la ceguera. Miles de Federicos cada 18 de julio celebran su santo y por unas horas, como todos nosotros, aplazan los problemas de los que no podemos escapar, los sutiles lazos que nos anudan a la noria de la vida. Ese es el drama que ocupa, sin que lo queramos ver, el background desenfocado de nuestra existencia.
A la misma hora, en Ruanda o Haití, en Yemen o Sarajevo, un rostro sin nombre sufre la condición de su miseria ajeno al microondas que avisa a Federico del croissant a punto. Este drama, que parece no tener solución, no es nuevo en nuestra vida cotidiana. Miles de Federicos seguiremos engullendo nuestro café y croissant de cada día -danósle hoy- sin saber, ni poder, ni querer cambiar esa situación. Lo trágico de este micro-cosmos a escala, es la exactitud con que los hechos se repiten. La circularidad del tiempo es la repetición de los horrores y maravillas por las que transita nuestra existencia. Una repetición que se produce a escalas, en fugas, sostenidos y cadencias. Una repetición a la que nos hacemos ciegos e indiferentes. La especie humana sigue, y seguirá, fiel a su destino, alimentando la cantera de actores, de Federicos, de locutores, de constructores de cafeteras, de pasteleros de producto congelado. Todos ellos tan necesarios como la danza del sol alrededor de la galaxia, o como el baile-spin del electrón anónimo que ahora escapa del quantum para volver a la materia oscura de la que un expediente X dice que salió. Porque todo este despliegue de incomprensibles desarmonías "sólo pueden serlo en apariencia”, pensará —sin quererlo– Federico al acabar su afeitado habitual. Quizás en ese segundo mágico vea por un instante su verdadero rostro reflejado en el espejo de la humanidad, pero al momento siguiente, la Moulinex SuperKristal se quedará nuevamente sola, -borbotando automáticamente-, sin nadie que la necesite hasta el mañana después. Mientras esa apariencia dure, miles de Federicos nuestros de cada día seguirán las noticias de la mañana convencidos de que todo tiene explicación, por más que la evidencia muestre lo contrario. Y será solo fugazmente, como algunos Federicos iluminados tendrán atisbos de lo incognoscible y como, abrumados por las consecuencias de esa nueva realidad, preferirán regresar a los cantos de sirena familiares para seguir brillando inmóviles en el firmamento humano. Federico fugaz, mejor esto que nada: se dirán mientras sorben el siguiente buche de café americano... Aquella mañana de cualquier día, atisbaremos nuestra imagen prisionera del hábito. Acertaremos a señalar el blanco incapaces de atinar en él con el entrecejo forzado, y reconfortaremos nuestro ánimo pensando, sintiendo también, que nos hallamos un paso más cerca del final de la ceguera. Miles de Federicos cada 18 de julio celebran su santo y por unas horas, como todos nosotros, aplazan los problemas de los que no podemos escapar, los sutiles lazos que nos anudan a la noria de la vida. Ese es el drama que ocupa, sin que lo queramos ver, el background desenfocado de nuestra existencia.