Un buen día, alguien la compró y los trabajadores del vivero se la llevaron, con un buen cepellón de tierra que albergaba sus raíces, a Vilanova i la Geltrú.
Cuando llegamos a nuestra nueva casa María Morera ya vivía en ella desde hacia 12 años, así que en aquel momento tenia unos 25 años, o sea que era una adolescente para las edades de los arboles.
Al principio mi relación con ella fue buena, me gustaba la sombra que daba y el conjunto del fondo del patio era armónico con su majestuosa presencia. Pero no todos pensábamos lo mismo. Desde bien pronto Anna se enemistó con ella. Era una pena pero María ensuciaba el jardín, bueno el patio, con su caída de hojas bianual, también cobijaba varios tipos de aves, palomas, lechuzas y pajaritos menores, lo que proporcionaba estiércol a las plantas que vivían a su sombra. Desgraciadamente para Maria también se ensuciaba la vieja mesa de mármol que trajimos de Tartera, las sillas de teca, el suelo circundante y sobre todo la sombrilla de la piscina… La guerra empezó soterradamente y en el alma de Anna nació pronto la idea del asesinato.
Durante unos años mi resistencia a favor de María usó todo tipo de argumentos, que si daba sombra, que si daba más privacidad al jardín, que si evitaba las miradas de los vecinos sobre la piscina… que si era una pena matar al vegetal… la cosa fue aguantando con diversos ataques podadores que la fueron esquilmando, y reduciendo, hasta que este verano sucedió lo inesperado. María Morera enfermó de un hongo que volvió blanquecinas las hojas y llenó de esporas el jardín y la superficie de la piscina…
Un último intento de pacto fracasó. De acuerdo con el jardinero, le prometí a Anna que fumigando con un fungicida el problema se resolvería… hubo una tregua aparente mientras no decidíamos (el jardinero, María y yo) si mi promesa había hecho efecto en el ánimo de Anna….
Pero un sábado aciago, pocos días después, vi a Anna encaramada en la escalera de mano mediana, podando a saco las ramas a las que alcanzaba… me sumí en mis meditaciones y volví a entrar en mi taller. Poco después oí un alboroto seguido de grandes lamentos y casi llantos. Salí corriendo, pensando que algo había atacado a Anna, una serpiente, un gato asilvestrado o una ave rapaz. Nada más lejos… Me encontré a Anna maldiciendo a María y a su p… madre. Se había caído de la escalera contra el suelo y se había hecho un enorme moretón en su majestuosa cadera y parte de la nalga izquierda que tanto admiro. Me lamenté por ello y mirando de reojo a Maria comprendí que el vegetal, en un último y desesperado guiño, se había defendido. El episodio fue llamado “la Venganza de la Morera”, pero fue su sentencia de muerte. Un último acto heroico, que como casi todos, fue inútil.
Dias después, desechando totalmente mi promesa, se firmó con el jardinero la sentencia. Hoy el día del cumpleaños de Lea, cayó con honor, enferma y desesperada, bajo el corte de la motosierra. Quizás en la otra vida nos perdone. Eso espero.
20 sept 2017