Hace mucho tiempo, en un lugar de la la India, el monje caminaba meditando hacia el pueblo de Gaya cuando encontró en su camino a un hombre afanado en la carga enorme que llevaba sobre una mula. El monje observó que la mayoría de la carga eran enseres domésticos nuevos y de buena calidad... pero viendo que estaban trincados con cierto desequilibrio se ofreció a ayudar para evitar que parte de la carga diera contra el suelo...
—Buenos días buen hombre que la paz te acompañe... pero dime puedo ofrecerte ayuda para evitar que algunos de tus muebles caigan... los veo inestables.
—Buenos días monje, también te deseo paz y sosiego en tu camino... gracias por brindarme ayuda, la verdad es que una mano que sujetara no me vendría mal... pero quizás si me ayudáis os apartareis de vuestro camino... y no me atrevo a pedirlo ni puedo tampoco pagaros...
—El azar te ha puesto en mi camino como yo estoy en el tuyo. Tu tienes obligaciones que seguir, pero a donde yo voy nadie me espera. Así que en este momento mi camino puede ser ayudarte y por eso te doy las gracias, pues de que sirve la generosidad sino tienes a nadie a quien ofrecerla... —diciendo esto el monje se acercó a la mula por el lado contrario al del hombre y enderezó los enseres que se habían inclinado.
—Si me acompañas me harás gran favor pues así me aseguro que no resbale la carga hacia uno de los lados que no puedo controlar... pero no temas no te apartaré mucho, solo iremos hasta mi pueblo que esta cerca, aunque en dirección contraria a donde tu ibas.
—No te preocupes, es temprano, el sol todavía no ha alcanzado la mitad del recorrido para llegar al mediodía, si todo va bien antes de la tarde estaré de vuelta en Gaya a donde iba.
El hombre azuzó a la mula y prosiguieron la marcha andando cada uno a un costado del animal vigilando así que los movimientos de la mula no desequilibraran los enseres nuevamente.
Pasado un rato largo, el calor se empezó a sentir y el hombre hizo un alto al borde de una acequia de riego para beber. Sacó una calabaza, la llenó del agua que corría y la ofreció primero al monje que bebió agradecido, despues bebió él y finalmente acercó la mula al curso de agua para que saciara su sed.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió el monje antes de proseguir la marcha
—Naturalmente, faltaría más, me estas siendo de gran ayuda y no te la podré pagar así que pregunta lo que desees.
—¿Como es que llevas esta carga tan grande de enseres nuevos? Porque si eres comerciante, tendrás unos beneficios al venderlos con los que podrías pagar más de una mula o un arriero que te los hubiera llevado, me tienes intrigado...
—Te lo explicaré mientras seguimos caminando —y diciendo esto cogió el ronzal y tiró levemente de la mula para indicarle que volviera al camino.
—Resulta que me he de casar próximamente, en segundas nupcias pues mi primera mujer murió sin darme ningún hijo. Mi nueva mujer es mucho más joven que yo y me acompañó hace unos días a comprar el ajuar de la casa, ella quiso que todo fuera nuevo y a mi me dio mucho placer comprobar como ella iba eligiendo con sumo gusto todo lo que necesitábamos para una nueva vida.... hoy he ido a buscarlo y despues de pagar me he quedado casi sin dinero para poder transportarlo... así que he tenido que improvisar con mi única mula.
—Ya veo —dijo el monje pensativo y prosiguió
—Entonces tu ya tienes una casa, no es asi?
—Pues si, el hogar en donde siempre viví con mi esposa, cuya memoria permanezca en mi para siempre...
—Entonces tendrás en ella todavia todos los enseres de tu vida anterior, no es asi?
—Si, efectivamente, son un gran recuerdo y les tengo mucho afecto, la casa es grande y en ella podré ubicar los nuevos enseres entre los viejos sin problema...
El monje calló y siguió caminando en silencio mientras meditaba sobre la cuestión. ¿Como podía decirle a aquel hombre, sin ofenderlo, que su actuar era equivocado? Tenia que hacerle ver que si iba a iniciar una nueva vida, debía de pensar en su nueva esposa, la cual no estaría feliz entre los recuerdos y enseres de una vida anterior de la que ella no había participado...
Finalmente encontró una forma de tratar el tema. Y pasado un buen rato habló al hombre de nuevo.
—Escúchame un momento, te voy a proponer un ejercicio. Imagínate que tu nueva mujer hubiera tenido un pretendiente muy apuesto del que estuvo enamorada y con el que llegó a prometerse en matrimonio... pero un día, antes de que se casaran, este pretendiente murió al caer de su caballo. Tu nueva mujer lloró su perdida desconsoladamente durante semanas y los padres del novio, viendo su desolación, le regalaron una pintura, el retrato de su apuesto hijo para que lo contemplara cada dia y conservara vivo su recuerdo... imagínate que pasaron los años... y el tiempo, que acostumbra a cerrar estas heridas, hizo que tu nueva mujer ya no volviera a llorar la perdida y como era joven se volvió a enamorar precisamente de ti.... imagínate que cuando volvíais de la boda para entrar en vuestra nueva casa, ella hubiera traído consigo el cuadrito de su antiguo amor para colgarlo en la habitación donde teníais que yacer juntos. ¿Que crees que hubieras hecho en aquel momento? —acabó preguntando el monje.
El hombre no respondió, cabizbajo y pensativo siguió caminando al lado de la mula y en su interior se desencadenó una pugna entre dos partes de si mismo, la que le llevaba a no desear el olvido total de su primera mujer y la que le llevaba a ponerse en el lugar de su nueva mujer... después de un largo trayecto llegaron delante de su vieja morada y se dirigió al monje para responder a su pregunta.
—No me habría gustado tener aquel retrato en mi cámara conyugal, esto es seguro... pero lo peor es que no sé que es lo que habría hecho... me da miedo afrontarlo por que sé que podría haber mostrado mi ira y haber arruinado mi matrimonio antes de consumarlo.... ¿Tu monje que habrías hecho? si es que puedo pedir tu consejo... —dijo con humildad el hombre.
—A mi no me habría pasado algo así, pues tomé el habito de monje después de tener un hijo y morir mi mujer de fiebres al séptimo día de dar a luz, pero sé de alguien —que tu conoces bien— que puede estar en la misma situación y quizás esté en tu mano evitarlo.
El hombre suspiró y poco a poco comprendió que se estaba refiriendo a su verdadera nueva esposa... entonces se detuvo y encaró al monje.
—Entonces ¿cual es tu consejo?
—Creo humildemente que no puedes emprender una nueva vida dando cabida a lo nuevo en un hogar antiguo. Primero ocúpate de vender todo aquello que ahora posees, incluida tu antigua morada. Despréndete de todo. Después edifica con cuidado una nueva morada y solo entonces deja que entren en ella los nuevos enseres con que la quieres dotar. Pues tu caso es como el de aquel hombre que encuentra en su camino una nueva forma de entender el mundo. Entusiasmado con la novedad cree que ahora su vida cambiará por completo y atesora en su conocimiento todo lo nuevo que ese camino aporta, sin darse cuenta de que las nuevas ideas al caer en las viejas formas y costumbres no pueden dar nuevos frutos sino solo imitaciones que lo acabarán llevando de nuevo al desencanto...
El monje se despidió y volvió a su camino en dirección a Gaya. Se propuso meditar sobre la naturaleza de la mente, pues era ahí en donde residía la clave para evitar que cualquier nueva enseñanza cayera en una zona improductiva. Sin una comprensión nueva, no era posible cambiar nada. Si las nuevas ideas se trataban con la comprensión de siempre el esfuerzo era estéril. Pero era difícil decirles a los hombres que habían tenido el vislumbre de la liberación, que antes de empezar el camino de la practica, o sea iniciarse en la renuncia, el ascetismo, la practica moral, la compasión, el amor, la oración, la devoción y la meditación, había un paso previo que dar para evitar que el fruto de todo el trabajo hecho con la practica no cayera en el lugar equivocado...
La naturaleza de la mente, la naturaleza de la mente, la naturaleza de la mente, se iba repitiendo mientras su concentración se centraba en seguir el ritmo automático de sus pasos.... como iba a explicarles a sus seguidores, ávidos como estaban de seguir el camino de ascetas, de amar, de meditar, de ayunar, de renunciar al mundo sensual.... ávidos de abandonar su forma de vida anterior para entregarse en cuerpo y alma a la nueva visión... como les iba a decir que antes de empezar a andar tenían que cambiarse las viejas sandalias, por unas completamente nuevas y diferentes... así meditando pasaron las horas mientras caminaba y al cabo llegó a Gaya. Justo a la entrada del pueblo encontró una Higuera bajo la que se sentó a descansar...