Antes de que existiera el mundo con sus animales y plantas, mucho antes de que aparecieran sobre la tierra el hombre, los príncipes y los reyes, mucho antes de que descendieran de los cielos los héroes y los dioses. Existían el oscuro vacío y el gran silencio. El gran universo estaba en desorden y reinaba el Caos sobre él. Hasta que un día la oscuridad y el silencio se fueron espesando, como si echáramos polvo fino sobre las aguas, hasta formarse la Tierra que fue la primera diosa madre y se llamó Gea. Algunos dicen que Gea fue solo la primera hija del Caos y un signo de su debilidad, pues el Caos al darse cuenta de que la luz y el orden acabarían con su reinado decidió alumbrar un hijo monstruoso que luchara siempre de su lado: así nació en lo profundo de los rincones más oscuros de la tierra un dios primitivo y fiero que se llamó: el Tártaro. El padre Caos, dios de lo desconocido y obscuro, pronto vio que sus dos hijos batallaban sin cesar y ninguna luz ni progreso veía desde su lejano trono. Apenado por aquel panorama decidió alumbrar a un tercer dios que mediante alguna alianza deshiciera el empate. Así nació Eros, el dios amoroso cuyo impulso creador hace nacer, en el corazón de dioses y hombres, el deseo de tener hijos.
Entonces, influida por los consejos de Eros, fue cuando Gea pensó en formar un hogar y tener hijos. Primero quiso poner en orden su casa, y hacer habitable la tierra. Por eso arrancándole al Caos un trozo de su materia primitiva modeló con paciencia una bóveda que protegiera a la tierra. Ese cielo estrellado se llamó Urano. El nuevo dios se hizo mayor y no solo puso techo a la tierra, sino que contuvo al aire respirable para que no se escapara hacia el Caos. Viendo Gea que Urano tenía sus mismas proporciones y gustos, le pidió tener descendencia y se casó con él. A la boda se presentó el dios Caos acompañado solo de Eros, pues el huraño Tártaro no quiso salir de sus guaridas. Gea y Urano siguieron construyendo su morada y añadieron a las montañas altura y a los valles profundidad para dar cabida a toda su prole. Pero el desorden del Caos todavía era muy grande y decidieron poner más orden en su hogar. Al poco tiempo nacieron gemelos: el Erebo y la Noche. Crecieron juntos como hermanos pero no lo eran, tal como ahora lo entendemos, pues en aquellos tiempos no había nadie más. Su tío Eros sopló los aire del deseo en el corazón de la pareja y de sus amores nacieron el Eter y el Día. El dios Eter viajó por la bóveda celeste en un vuelo eterno y el Día completó a la Noche, iluminando a lo invisible por un tiempo. Desde aquella época antigua el Tártaro y su séquito de dioses salvajes, solo salieron de sus guaridas por la noche cuando el orden no se podía ver. Pues el Tártaro, hijo oscuro del Caos, seguía amando con todas sus fuerzas la destrucción y el desorden, al contrario que sus hermanos Gea y Eros.
Viendo el gran dios padre Caos que sus tres hijos se llevaban razonablemente bien y que cada cual reinaba en su lugar, decidió retirarse al más lejano de sus territorios y permitió al dios Urano convertirse en rey de todo el universo que sus descendientes conocían.
Así empezó el reinado del dios Urano que duró muchos siglos. Pero esta es otra historia.