LA HISTORIA DE MIS RRMM de Oriente
No en todas las tradiciones, pero si en la nuestra, el espíritu de la Navidad se ha llegado a confundir o mejor solapar con una celebración en la que los obsequios toman un papel sobresaliente. El 6 de Enero, la Epifanía (1) del Señor en la tradición católico-romana, es una celebración religiosa con raíces muy antiguas. Cuando uno se pregunta (y la Madeja ha investigado en ello para vosotros) por el origen de esta fiesta se encuentra con algunas sorpresas. Como en otros campos de la tradición cristiana nos encontramos que en este tema hay mucha letra pequeña que nada tiene que ver con lo que Cristo dijo, o quiso transmitir, con el Evangelio. De los 4 evangelistas sólo San Mateo menciona la adoración de los “magos”(2) (mago viene de la palabra persa mogu que significa astrólogo o adivino). Marcos no menciona para nada la pretendida condición de reyes de estos misteriosos personajes, tampoco cita sus nombres y ni siquiera da su numero. Su relato, que tanto rendimiento ha dado posteriormente, deja a los magos de Oriente en un completo anonimato. Han sido los llamados Padres de la Iglesia (maestros y teólogos que interpretan las sagradas escrituras fundamentándose en su autoridad eclesiástica), junto con el folklore y piedad populares, los que han ido perfilando sus enigmáticas figuras hasta convertirlos en los tres Reyes Magos que hoy conocemos. La que parece ser historia verídica de los magos de Oriente, cuenta con un personaje que, gracias a Flavio Josefo, historiador romano, conocemos bien. Describe Mateo como, al llegar la noticia de su visita (la de los Magos de Oriente) a oídos de Herodes el Grande, a la sazón rey de Judea (entonces provincia del Imperio Romano), este se alteró. Efectivamente, Herodes el Grande reinaba en Judea con el beneplácito de los romanos (de hecho era una especie de títere de los romanos) y para mantener sus privilegios a lo largo de 35 años de reinado, cometió innumerables atropellos y asesinatos: se dice que mandó secretamente matar a algunas de sus propias esposas e hijos así como a varios rivales políticos que habían buscado el acuerdo de los romanos para sustituirle en el papel de rey de los judíos (dicho sea de paso él no era judío pues su madre era árabe y su padre idumeo). La inquietud de Herodes se ha de entender en el contexto de la tradición judía. El antiguo testamento dejaba constancia de que ciertas señales del cielo precederían al nacimiento del rey de los judíos.
Cuando los magos dicen haber seguido una estrella hasta Jerusalén que es signo de un importante nacimiento, inmediatamente Herodes cree que es mejor seguirles la corriente y averiguar el paradero del Mesías para eliminarlo. Más tarde el Evangelio nos informa de su fracaso al intervenir un mensajero celeste que advierte a José (y curiosamente también a los magos) del peligro que corre. Así es como se hace necesaria la matanza generalizada de infantes que lleva a cabo Herodes al ver frustrada la posibilidad de eliminar selectivamente al que cree llamado a ser Rey de los judíos.
Los magos eran una casta de Persia, discípulos de Zaratustra, que se dedicaban a la interpretación de los sueños y de diversos fenómenos naturales, sobre todo astronómicos (eran una especie de equivalente a los profetas en la tradición mosaica: algún día hablaremos largo y tendido de los profetas). Sus predicciones astrológicas tenían un enorme crédito, no sólo entre el pueblo, sino entre los nobles y gobernantes. En este sentido, como astrólogos, es como los cita San Mateo y posteriormente los Evangelios Apócrifos (que también se ocupan de ellos). Sin embargo, en los primeros siglos del cristianismo, la palabra mago adquiere un matiz peyorativo y es Tertuliano, 200 años más tarde, el que “convierte” a los magos de Oriente en reyes. La iconografía religiosa empieza a reflejarlos como señores opulentos, acompañados de fastuoso séquito, y les cambia el gorro frígio de los astrólogos y sacerdotes de Mitra (con el que aparecían en las primeras pinturas de las catacumbas), por la corona real.
Una cuestión controvertida es el número de magos. Al rebuscar en las fuentes de información uno se pregunta cuántas cuestiones de este tipo habrán recibido un tratamiento similar. Decíamos más arriba que existen representaciones de los magos en las catacumbas. Efectivamente las pinturas reflejan en unos lugares dos y en otros cuatro magos. La iglesia siria, aun hoy día, cree que eran 12 y los coptos elevaron la cantidad a 60 de los cuales se citan hasta los nombres de 15. En la tradición cristiana precismática es Orígenes, en el siglo III, el primer escritor eclesiástico que afirma taxativamente que fueron 3. Curiosamente este exegeta y místico fue posteriormente anatemizado ya que su compendio de dogmas “De principiis” contenía elementos peligrosos para “la nomenklatura” eclesiástica del tiempo. Fue la época en la que se cerró la posibilidad de que hiciera teología todo aquel que no estuviera verdaderamente integrado en el sistema. La Iglesia por su misma dinámica, cada vez más metida en lo temporal, se veía obligada a hacer limpieza de todos aquellos místicos y eremitas que pensaban de forma más o menos independiente (3). La semilla sembrada por Orígenes fructificó plenamente y en el siglo V, tan sólo doscientos años más tarde, toda la cristiandad acepta la suposición de que los Reyes Magos de Oriente eran 3. Sus nombres aparecen por primera vez en el siglo IX, es en el “Liber pontificalis” de Rávena (845) y se les cita como Bithisarea, Melichior y Gathaspa. Poco después Beda el Venerable en su “Collectanea” hace la siguiente descripción: “El primero de los reyes era Melchor, un anciano de larga cabellera y luenga barba. Fue él quien ofreció oro, símbolo de la realeza. El segundo, llamado Gaspar, joven imberbe de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez oscura, testimonió ofreciéndole mirra, que significa que el hijo del hombre debía morir...” A partir de este primer texto descriptivo se sucederán las representaciones artísticas, así, murales, vitrales y pinturas reflejarán con mayor o menor acierto las descripciones de Beda. En el siglo XV Petrus de Natatibus les atribuye edad: 60 años para Melchor, 40 para Gaspar y 20 para Baltasar. Hasta bien entrado el siglo XIV la tradición del origen persa de los Reyes Magos era muy fuerte, pero la descripción de Beda y la tez oscura de Baltasar, con el cambio de raza que ello supone, da pie a que los sermonarios de la época posterior a Beda comiencen a considerarlos como representación de los hijos de Noé: Sem, Cham y Jafet, que en el antiguo testamento simbolizan las tres razas humanas. Baltasar representaría a África, Melchor a Europa y Gaspar a Asia. Naturalmente el descubrimiento de América dejó esta interpretación un poco corta. En algunos retablos del Brasil de la época colonial se puede ver un Baltasar vestido de jefe indio con jabalina emplumada.
Finalmente está el fenómeno de la estrella que guió a los magos. La tradición cristiana se limita a adjetivarlo de fenómeno sobrenatural, entroncando con la tradición mosaica, la cual nos habla de ciertas señales celestes que precederán al nacimiento del Mesías. La tradición persa dice que era roja y que se desplazaba lentamente rozando las palmeras. Las leyendas bizantinas añaden que cuando concluyó su viaje estalló en mil pedazos dando lugar a todos los rubíes que hay en el mundo. En el siglo XVIII, el astrónomo Johannes Kepler explicó el fenómeno de la estrella viajera como consecuencia de la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno a su paso por la constelación de Piscis, un hermoso espectáculo celeste que pudo verse en esa época en Persia y Mesopotamia en las horas del crepúsculo (cuando se viaja en el desierto) y que se repetirá de nuevo en el año 2198. Los reformistas (a los que nosotros llamamos protestantes) aceptan la hipótesis de Kepler pero no los católicos. La última curiosidad es la relacionada con los juguetes. Tan sólo es desde el siglo XIX que se instauró en España la costumbre (4) de pedir juguetes a los Reyes Magos. En el resto de países de cultura cristiano-occidental (exceptuando los directamente influenciados por el colonialismo hispano), no existe tal costumbre, lo que quiere decir que los niños no viven el espíritu de la Navidad con la expectativa de que llegue el día de los Reyes Magos. En estos países la Navidad se inicia directamente con los regalos, pero esa es una costumbre no relacionada con lo religioso, aunque tenga sus raíces en ello (5). Efectivamente, en los países de influencia sajona existe una tradición que se remonta a la Edad Media y tiene que ver con San Nicolás de Bari, un obispo cristiano del siglo IV. En los Países Bajos, dominados militarmente en el siglo XV por la corona española, existía la costumbre de festejar el día 6 de diciembre, San Nicolás, con regalos secretos a los niños que se ocultaban entre sus ropas, pertenencias y calzado. La leyenda decía que San Nicolás, Sinter Klass para los holandeses, llegaba desde España en un barco cargado de regalos que luego secretamente repartía. Del Sinter Klass holandés derivó el Santa Klaus ingles y norteamericano del siglo XVIII, pero no fue hasta finales del siglo XIX que se popularizó la actual figura no religiosa de Papá Noel gracias a la pluma y la imaginación del norteamericano Thomas Nast, el cual cambió la mitra y el báculo del obispo por el traje rojo y el típico gorro con borla. El ingenioso dibujante también asignó nuevas costumbres al personaje, como la de llegar el día 24 de diciembre con sus renos procedente del polo norte con los juguetes y el de repartirlos bajando por las chimeneas pese a sus gorduras.
Como se puede ver la tradición hispana de los regalos el día de Reyes probablemente surgió a remolque de la costumbre sajona que de alguna manera paganizaba algo que previamente había tenido un cierto sentido religioso. Los españoles quisieron ser, como de costumbre, mas papistas que el papa y se sacaron de la manga (como si fuera un truco de magia) las propiedades regalatorias de los Reyes Magos de Oriente. Muchas generaciones de niños lo han agradecido y lo agradecerán. Porque de ilusión también se vive, aunque sea un plagio.
En nuestra familia Bau-Coll ya desde hace muchos años se dieron las circunstancias necesarias para trasladar el día de los regalos a la celebración de la Navidad. No hubo en ello un animo consciente de restar importancia a la Epifanía, seguro que no. Tampoco hubo pretensión de asimilarse a lo sajón. Evidente. Ni siquiera se pretendió catalanizar un poquito nuestra vida familiar por aquello del “caga TIÓ caga turró si no et donaré un cop de bastó” (caga TIÓ caga turrón si no te daré un golpe de bastón). Tampoco fue por ese motivo. Simplemente se impuso una cuestión practica: “si los niños tienen los juguetes por Navidad pueden jugar con ellos todas las vacaciones”. Creo que este pragmatismo justifica plenamente el cambio de fechas para hacer regalos en familia.
Solo una última reflexión que conviene a todos (incluidos los que irán a Misa de Gallo y cantarán villancicos ante el Belén): ojalá que entre todos sepamos transmitir a nuestros hijos que la importancia de la Navidad está en el encuentro familiar, en la concordia, en el cierre de una etapa y surgimiento de una nueva, en el perdón de las ofensas, en el nacimiento de una nueva esperanza para unas intenciones renovadas, en el aprecio -finalmente- que nos hacemos (que nos manifestamos en sinceridad) los unos a los otros y del cual los regalos son una simple y momentánea metáfora. Todo esto además de todo lo clásico. Aunque solo sea por un si acaso nuestros hijos tengan, así, más salidas a las contradicciones que han de vivir, futuramente, en el seno de una sociedad desacralizada (aunque no atea) en la que el abandono de la religiosidad tradicional no siempre se da en un contexto de evolución sino que a menudo es una involución disfrazada de modernidad.
Granollers, diciembre 91
1) Epifanía: por sobre de lo que brilla, por sobre de lo mundano. La Epifanía viene a representar el sometimiento del poder temporal al poder espiritual; el reconocimiento de los reyes hacia el Creador.
2) “Nació Jesús en Belén de Judá en los días de Herodes el Grande. Y unos magos venidos de tierras de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?, pues vimos su estrella en el Oriente y venimos a adorarle” Mateo 7,23
(3) Tratando de ser fieles al mensaje inicial del cristianismo primitivo y con una visión critica hacia el fasto y el poder de una Iglesia que surgía, a pesar de si misma, como producto de la oficialización imperial de la religión, fenómeno que había comenzado en tiempo de Constantino.
4) Hasta el siglo pasado no era fiesta de guardar, laboralmente hablando. Y la costumbre de hacer la carta a los Reyes Magos empezó a extenderse bien entrado el siglo XIX. En algunas zonas fue sustituyendo, uniformizando, diferentes costumbres regalatorias preexistentes, como el “tió” en Catalunya.
5) Casi todas las tradiciones regalatorias tienen su origen en costumbres pre-cristianas relacionadas con el fin de año y la celebración pagana del cambio de año. Las leyendas religiosas vienen a sustituirlas y transformarlas.