El sueño de Brahma y el monje



En la mitología hindú el sueño de Brahma es un parpadeo del Universo y en ese parpadeo sucedió todo lo que os voy a contar.  Brahma era la Existencia y existía él solo durante la Eternidad.  Pero en su infinita soledad se aburría tanto que un día creó a Maya (La ilusión) con la única intención de divertirse.  Y Maya le dijo: 

—Ya que me has creado por que estabas aburrido te propongo que juguemos! 

—Muy bien y... ¿a que quieres que jueguemos? —le dijo Brahma.  Entonces Maya, que era mujer, le propuso el juego más maravilloso que podía imaginar.  Él tenia que hacer todo lo que ella le dijera. Y Brahma, sorprendido primero, accedió enseguida al ver la carita de expectación que ella ponia...  Lo primero que Maya pidió fue que creara el sol, las estrellas, la luna, los planetas y la tierra con sus montañas, valles, rios y mares.  Después le pidió que los llenara de vida, y finalmente le pidió que creara al ser humano para que alguien pudiera apreciar la belleza de su creación. 


Brahma, encantado con tener algo que hacer, cumplió con sus deseos y la Creación fue hecha.  Al acabar le preguntó a Maya:  

— Ahora ya hice todo lo que pedias... ¿pero cuando empezaremos a jugar?  —y Maya, que no se cortaba un pelo, resueltamente le dijo: 

—Empezaremos ahora mismo, pero primero tienes que cerrar los ojos... —entonces cogió a Brahma y lo cortó en millones y millones de pedacitos, puso un trocito en el interior de cada ser humano y le dijo:  

—Ahora empieza de verdad el juego, voy a hacer que olvides quien eres y asi tendrás que encontrarte a ti mismo pedacito a pedacito! 


Para ello Maya creó el Sueño y, todavía hoy, Brahma sigue dormido y en el Sueño intenta recordar quién es.  Brahma está en nuestro interior y solo la Ilusión (Maya) impide que recordemos que somos… 


Mientras tanto, y desde muchisimo antes de que todos nosotros nacieramos, Maya siguió engañando a los trocitos de Brahma como parte del juego.  Los hombres, en consecuencia, crecieron engañados por ella y creyeron —por que tenian un nombre—, que eran diferentes los unos de los otros. También creyeron que podian ser felices. De hecho lo que más deseaban era ser felices, pero siempre eran desgraciados y no conseguian sus anhelos.  Cuando eran niños todavía eran alegres pero a medida que el tiempo los recorria, se hacian torpes, viejos, enfermos y desgraciados.  Cuando finalmente morian, como no sabian hacer otra cosa, volvian a resurgir con sus mismos problemas pero en otros niños que nacian... y a los que ponian otros nombres para que pensaran que eran diferentes de los demás... ya que, a causa de Maya, no podian recordar donde estaban... y asi repetian las mismas cosas vida tras vida.    


Hasta que un buen día, hace muchos años, a un pueblito que se llamaba Gaya, llegó un monje y se sentó bajo la sombra de una higuera a descansar.  En aquel momento pasó una pastora de cabras que viendo al monje se apiadó de él y le fue a buscar un cuenco de arroz.  El monje agradeció el gesto, comió y habiendo comido se dispuso a meditar.  Llegó la noche y no se movió.  Asi estuvo muchos dias solo comiendo una vez al dia el cuenco de arroz que los vecinos le traian. Finalmente un dia se levantó pues habia comprendido cual era la tragedia de los hombres y se dispuso a combatirla.  Primero viajó a una ciudad más grande que se llamaba Vanarasi (Benares) y alli, en un lugar que llamaban el Parque de los Ciervos, pronunció sus primeras advertencias a los que se congregaron para oirle.   A partir de ese momento, durante 40 años, peregrinó de ciudad en ciudad mostrando a los hombres cual era la raiz de su sufrimiento: el olvido.  Pero la cura de su sufrimiento solo podia suceder si despertaba algo que dormia en ellos, algo que estaba en la parte más escondida de su cuerpo, alli donde habitaba el pedacito de Brahma que un día depositó Maya en los hombres.   Pronto se dio cuenta de lo dificil de la empresa y dedicó mucho tiempo a pensar como podria ayudar a sus semejantes.   Finalmente encontró el metodo que se podia seguir y cuando murió, sus seguidores  llamaron  Dharma al relato que él habia mostrado.  


Este camino, que no era fácil ni llano, debia de ser una experiencia individual, una indagación propia como el monje dejaba entrever en sus advertencias.  Poco antes de morir se negó a dejar sustitutos o herederos de su labor.  Sus últimas palabras fueron “recordad que lo compuesto, se descompone y desaparece”.  Algunos dicen que sus palabras exactas no fueron estas, sino otras en las que dejó constancia de la necesidad de no creer en nada que pudiera ser descompuesto, en clara referencia a que solo convenia indagar por si mismo la forma de llegar al principio del camino.  


Pues el monje habia explicado que el camino no empezaba en cualquier sitio ni en cualquier momento sino en un lugar concreto al que primero se tenia que llegar; por suerte no era un sitio muy lejano... era un lugar en nuestra comprensión, en donde se podia dejar de ser quien eramos. 


Para empezar a andar por ese camino se tenia que renunciar primero a ser lo que siempre habiamos sido, y no todos lo entendieron ni aceptaron, pero los que lo hicieron empezaron a caminar por una senda que los llevaria  a dejar de ser para volver a estar en algo más grande, que era Brahma despierto ya en ellos. 


Los que dejaron de ser para simplemente estar, compartieron la luz de Brahma y no volvieron a  repetir el viaje del eterno retorno, por que ya no eran, solo estaban. 


 Unos 2.500 años más tarde el monje volveria para explicar que el concepto del sueño y la luz de Brahma tenian una nueva definición… pero eso es otra historia. 



A menudo me pregunto si la vaguedad que ponemos en la distinción entre el ser y el estar no es el velo que oculta (para muchos, afortunadamente) nuestra  tragedia personal. 


¿No  será  que nos pasamos la vida creyendo que  somos cuando en realidad simplemente estamos en algo o formamos parte de una entidad, un alguien que no podemos comprender?


Si así fuera, o sea que no somos sino que estamos en, seria lógico pensar que la conciencia estuviera ligada al estado y no al ser, o sea seriamos conscientes de estar en y no conscientes de ser en sí mismos, como realmente ocurre. Ese es el problema del que el monje quiso advertirnos. Hemos olvidado.  Y nuestra percepción sensual y empirica nos devuelve una realidad en la que somos, vivimos y morimos convencidos de nuestra ilusoria individualidad.   


 Pero si aceptáramos que podemos engañarnos (sin saberlo) tendríamos que admitir que a lo mejor vivimos en una ficción creada por el espejismo de ser en sí mismo, cuando en realidad simplemente habitaríamos en una parte de un ser del que siempre hemos formado parte.