—Sé bienvenido monje a esta humilde Shanga que te acoge. Considérate en tu casa.
—Gracias maestro, la serenidad sea contigo y con tus discípulos, me gustaría oír lo que tengas que decir... lo que estabas diciendo.
El maestro recompuso su posición, juntó las manos haciendo una breve inclinación hacia el monje, y siguió hablando para sus discípulos.
—Como decía... sabéis que el amor es la condición de lo humano que nos puede elevar por encima de los sentidos y quisiera recordaros que hay tres clases de amor: el amor afectivo, el amor compasivo y el amor universal. Hablamos de amor afectivo cuando nuestro amor se proyecta hacia alguien a quien queremos con afecto sensible como puede ser el amor a nuestros seres queridos, hablamos de amor compasivo cuando proyectando nuestras acciones, hacemos esfuerzos, para aliviar el sufrimiento ajeno sin esperar nada a cambio, solo el alivio del mal ajeno es nuestra recompensa. Finalmente el amor universal es la extensión del puro sentimiento de amor a todo lo existente, desde un insecto al ser desconocido que nos cruzamos en el camino a la fuente... Vuestra vida es un gran campo de trabajo para practicar a diario los actos de amor más variados, debéis de evitar que en el afecto encontréis apego y que en la compasión surja la satisfacción de haber logrado un beneficio, pero eso forma parte del entrenamiento para incrementar vuestra capacidad para amar. Si llegáis a la excelencia en el amor afectivo y compasivo se os abrirá el camino para el amor universal de forma espontánea. Pero en él también deberéis estar atentos al apego a la emoción de la bondad, cosa que experimentareis cuando vuestro amor por todo se exprese.... —y diciendo esto dio por terminado el Teisho.
Dieron acomodo al monje, el cual solicitó un cuenco de arroz y se retiró a descansar.
Por la tarde los discípulos estaban ocupados en los huertos del monasterio y el monje decidió pasear mientras meditaba. Al cabo de un tiempo encontró al maestro que le estaba esperando en un punto del camino circular que el monje venia siguiendo.
—Buenas tardes monje
—Buenas tardes maestro... ¿me estabais esperando?
—Efectivamente esa era mi intención pues deseaba conocer vuestra opinión sobre mi forma de tratar el tema del amor...
El monje tomo asiento en una roca próxima al camino e invitó al maestro a hacer lo mismo. Seguidamente habló.
—En mi humilde visión del mundo vuestra explicación es una explicación muy válida, pero coja por que habéis omitido la referencia al relato.... y a su provisionalidad.
El maestro puso cara de no comprender e hizo un gesto para que prosiguiera.
—Todo, mientras no alcancemos la plena iluminación, necesita un relato, pero hemos de transmitir bien que el relato no es cierto ni es la verdad, es siempre un relato provisional hasta que llegue el día en que ya no sea necesario... en vuestro caso, omitiendo que el relato es provisional hacéis pensar a vuestros discípulos que el trabajo que realizarán practicando actos de amor es el fin que persiguen y que en tanto progresen en él estarán más cerca de experimentar el bien del amor y por tanto más cerca de la iluminación. Lo cual no es exacto. Advertid que de vuestras palabras se puede desprender que el amor es la consecuencia de ciertos esfuerzos, mientras que en realidad el amor no puede ser otra cosa que la causa de que existan esos esfuerzos y no la consecuencia de ellos....
El monje bajó la vista, no quería que aquel maestro se sintiera juzgado, pero le tenia que mostrar otra forma de ver las cosas que le ayudara... al cabo de un rato y viendo que el maestro no decía nada consideró que podía seguir hablando.
—El problema es que partimos de una estructura mental y de comportamiento formada por el hábito. Es esta estructura la que hemos de poner en duda antes de usarla para procesar contenidos que representan un esfuerzo hacia otra forma de vida...por así decirlo... más espiritual. Si esos esfuerzos los abordamos con nuestra estructura habitual, acostumbrada a ver las cosas de una determinada manera, acabamos, como dice el dicho, viviendo como pensamos... y como no hemos cambiado la estructura del pensamiento volveremos a vivir igual que lo hacíamos pero con nuevos y más interesantes adornos. Que en muchas ocasiones nos harán sentir bien y de paso añadirán un pequeño problema: el de apegarnos a la vanidad de sentirnos mejores personas y mejores practicantes.
—Entiendo lo que explicais pero me gustaría que todavía echarais más luz en la cuestión...
—Os explicaré algo que pasó en una ocasión y que ilustra en parte a donde quiero llegar. Dicen que un hombre llegó a un lugar en donde un pez grande todavía vivo había saltado de la cesta del pescador. El hombre lo recogió con gran cuidado y llevado de su compasión lo echó en un estanque para salvarle la vida. Al poco las personas que vivían cerca del estanque vieron que los peces pequeños habían desaparecido y que solo quedaba el pez grande. Se los había comido. Entonces la gente salió con palos y mató al pez grande. Con su acción de amor compasivo el hombre causó el mal, murieron los peces pequeños y también aquel que quiso salvar. ¿Qué creéis que enseña este relato, maestro? —dijo el monje cediendo la palabra...
—Que antes de usar la compasión para aliviar el sufrimiento ajeno hay cosas que aprender, la compasión y el amor no pueden ir por delante del conocimiento y la sabiduría... primero hemos de saber cómo funcionan las cosas.
—Estoy de acuerdo, maestro, pero la primera cosa que debemos saber cómo funciona es nuestra mente, pues es el instrumento con el que no solo adquirimos el conocimiento sino que es el instrumento que a menudo nos engaña y nos hace creer cosas que no son ciertas. Adquirir información y conocimiento sobre la mente y sus procesos lleva mucho tiempo, os lo digo por experiencia, y mientras tanto no podemos dejar de vivir cada día en medio de la bondad o la maldad del mundo. Es por ello que mientras no adquirimos la pericia necesaria para preparar una nueva estructura de nuestra mente que nos permita no repetir los mismos errores de siempre, hemos de tener un guion vital que seguir, algo a lo que ceñirse para que nuestra vida no sea un caos... ese guion es a lo que yo llamo el Relato, y es un relato provisional por que el día que nuestra mente esté preparada, el día que se haya producido el cambio de mentalidad, ese día el relato ya no será necesario. El amor será la causa, no la consecuencia de ningún esfuerzo.
—Pero... que me decís del apego en relación al amor...
—El apego, maestro, es la consecuencia de un sentimiento amoroso surgido en una estructura mental acostumbrada a la posesión. No importa si son bienes materiales o inmateriales: como la fama, el respeto de los demás, la erudición o el saber, la facilidad de palabra, la empatía... todos esos bienes no materiales forman parte de nuestras posesiones y sin saberlo tenemos apego, como tenemos apego a las posesiones materiales, aunque de forma menos palpable, más invisible. De la misma forma cuando decimos amar a nuestro hijo o a nuestra esposa, se mezcla la posesión, y la posesión frente a la pérdida es la causa de sentir apego. Esta bien descubrirlo, ante uno mismo y ante los demás, para trabajarlo, pues saber que el apego estará presente, todavía, en nuestras expresiones de amor no se ha de olvidar... hasta que debido al cambio de mentalidad el amor sea la causa del obrar y ya no exista apego.
El sol ya se había ocultado. Y el maestro dijo:
—La charla me ha sido de mucha ayuda pero todavía hay algo que no comprendo: como es que existen seres que han cambiado la mentalidad sin tanto conocimiento sobre su mente...? pero ahora es tarde, esta anocheciendo y mis discípulos me esperan, quizá mañana podríamos seguir hablando... si os parece?
—Nadie me espera. Estaré dispuesto a cualquier hora cuando deseéis hablar...
Y los dos hombres iniciaron el regreso al monasterio. Los huertos ya estaban desiertos, solo el cañizal de bambú, a un centenar de metros de ellos, bullía de actividad con la algarabía de los pajaritos. A medida que se aproximaron al cañizal el ruido fue cediendo, hasta que plantados ambos delante, todo el piar y cantar de los pájaros cesó y un agradable silencio se impuso. Entonces el monje se volvió al maestro y le dijo:
—Nuestra mente es como este cañizal, los pajaritos solo callan cuando estamos presentes.