La mesa que agonizaba bajo una morera



En octubre de 1868 nació Luis Clot i Junoy. En ese momento yo no había nacido, todavía era una veta más de mineral de hierro de la explotación de las minas de Ogassa, en el Ripollés.
Unos 25 años más tarde, en 1894, Luis Clot se licenció en Derecho por la universidad de Barcelona y un año más tarde se casó con Mercé Macià i Bonaplata.  Al tiempo que ella quedaba embarazada de Maria Luisa, empezó mi laboriosa gestación.   No creáis que las mesas nacemos en 9 meses como vosotros, lo nuestro és mucho más largo.  Puede ser cosa de años.  

Hacia 1898 la perdida de las ultimas colonias españolas de ultramar hizo decaer la necesidad de mineral de hierro, que en las dos décadas anteriores había prosperado bastante debido a la demanda de planchas y vigas sobre todo, para la construcción de barcos acorazados.     Súbitamente se paralizó la industria naviera pesada y el mineral fue canalizado hacia pequeñas fundiciones familiares que se dedicaban a la artesanía del hierro colado.    

Josep Barnola era de Caixans pero trabajaba en “La Mogronyesa” una fundición que estaba en Capdevanol.  Durante la semana vivía allí, en la misma fundición, que como tantas pequeñas industrias a lo largo del río, tenían sus viviendas para los trabajadores.  En aquella época la semana catalana duraba hasta el sábado, pero como él era el capataz, los amos le dejaban marchar a Caixans el viernes después del almuerzo.   Era un hábil artesano del hierro colado, y había aprendido el oficio en Francia cuando era un chaval.  Fue él mi verdadera madre.  El padre fue múltiple ya que fueron muchos los picos que me arrancaron la materia prima de la mina de Ogassa.  

Copiando un modelo de pie que había traído de MontLuis, diseñó mi estructura metálica y hacia 1904 salí del molde, junto a 300 piezas hermanas, lista para ser vendida.  

Pero vayamos a la historia del futuro comprador.
Luis Clot i Junoy, era entonces ya un brillante abogado que había aumentado su patrimonio por doble partido, gracias a que su tio materno Eusebio Junoy, soltero al morir y debido a que era su padrino, le había dejado en propiedad la finca de Caixans y la Torre Junoy, mientras que su tío abuelo materno, también soltero,  Joan Junoy Gelabert, uno de los fundadores de la Caixa d’Estalvis, le nombró heredero de Can Cirera en Tiana.  

Los Clot-Macia eran una familia feliz y acomodada, con dos hijas, Maria Luisa y Montserrat, y cada mes de julio se trasladaban de Tiana, en donde habían pasado dos meses, hasta Caixans en donde pasarían otros dos meses antes de volver a Barcelona.  

La Torre Junoy, anexa al Mas Junoy, era una construcción de veraneo que había encargado su tio Eusebio a sus 36 años.  Se acabó de construir en 1878 y fue la casa que, 20 años después de su muerte, vería jugar durante los veranos a sus sobrinas-nietas, la primera de varias generaciones de sus descendientes que lo seguirían haciendo hasta nuestros días.  

No fue hasta el verano de 1909 en que Luis Clot, decidió comprarme.  Pero veamos como fue la cosa.  

Resulta que el hermano mayor de Josep Barnola, en Miquel, había sido el administrador y hombre de confianza del abuelo de Luis Clot, y en una de las visitas que Josep Barnola hacia habitualmente a los Clot durante el verano, se comentó la conveniencia de adquirir una mesa de jardín.  Naturalmente mi madre barrió para casa y propuso a Don Luis que adquiriera una de las piezas de su fundición, fue así como me vi envuelta en paja y trasladada de Capdevanol a Caixans en un viaje de carreta tirada por dos yeguas, por toda la collada de Toses, que me separó definitivamente de mis hermanas.  

Así pues, aquel verano de la semana trágica, mientras las bombas anarquistas provocaban decenas de muertos en Barcelona, yo me instalaba en la Torre Junoy para pasar una larga temporada.

No os explicaré al detalle todas las vicisitudes por las que pasé mi infancia y adolescencia por que seria muy largo y quizás aburrido para vosotros que tenéis la mala costumbre de vivir tan pocos años, pero si alguna anécdota curiosa.   Para empezar recuerdo como me instalaron el primer sobre de mármol. Fue encargado por mi madre  –Josep Barnola–, al marmolista de Puigcerdá que estaba a las afueras de la ciudad, antes de pasar bajo la vía del tren, a la derecha.  El maestro cantero se llamaba Quico Segal y la pieza le vino de la pedrera del Carlit que entonces se explotaba cerca del actual Porte Puymorens.  Este soberbio sobre me lo pusieron encima aquel mismo verano, a mediados de agosto de 1909, y duró hasta el verano del 1936 en que los de la FAI volaron parcialmente la Torre Junoy.  Fue una desgracia pero por suerte la familia Clot estaba a salvo en Barcelona, la única víctima fui yo que me quedé sin el sobre, partido por los cascotes que me cayeron encima.  Hasta el final de la guerra civil estuve incompleta y nuevamente el marmolista me instaló un sobre de mármol pero esta vez no era del mármol del Carlit sino de FontRomeu en donde había una cantera de granito rosa que me quedó muy mono.  El pie, hasta entonces negro, me lo pintaron de blanco  al igual que los bancos de jardín que instalaron a mi alrededor cuando los Clot Junoy reconstruyeron la torre.   Durante los años que pasé en Caixans, mis compañeros fueron los cedros –plantados por el tio Eusebio en 1880–, que ya habían crecido mucho y me daban una buena sombra.  En ellos habitaban familias de tordos y las generaciones de pájaros se sucedían primavera tras primavera mientras yo esperaba pacientemente que cada verano vinieran MariaLuisa y Montserrat a jugar a mi alrededor. Son recuerdos imperecederos que se van diluyendo en mi memoria como las lagrimas bajo la lluvia.  Pero el tiempo fue pasando y aquellas niñas se convirtieron en mujeres que a su vez dieron a luz a nuevas compañeras de juegos, así llegaron cada verano los Coll Clot y los Peyri Clot con sus vástagos y se renovó la sangre que los humanos usan para vivir.  

Pero mi juventud tocaba a su fin. La muerte de Don Luis Clot, a los noventa años, en 1956, provocó mi primer gran traslado.  La Torre Junoy quedó para la familia de Montserrat y Maria Luisa heredó Can Cirera de Tiana.  No sé exactamente como sucedió pero al deshacer parte de la casa a mi me tocó seguir de cerca la vida de MariaLuisa Clot y me llevaron a Tiana.   En el  traslado tuve un accidente y el recadero cargó con la culpa de que mi precioso sobre de granito rosa muriera en el intento.  Nuevamente se buscó un sobre, esta vez de mármol blanco del Montseny, exactamente del termino municipal de Palautordera y me instalaron en el parque de la tortuga de Can Cirera.  Allí vivi momentos inolvidables entre los nietos de MariaLuisa, protegida por las sombras de los eucaliptos y las magnolias, pero pasando mucho más calor que en Caixans.  

No fue hasta la muerte de Maria Luisa, en 1989, cuando al deshacer la finca de Can Cirera me tocó nuevamente viajar.   Esta vez uní mi destino a la hija menor de Maria Luisa, Mercedes Coll Clot la cual me instaló en su casa de Roda de Bará.  Allí permanecí unos años a la sombra de los pinos, cerca de la piscina, compartiendo los veranos con la prole de Mercedes y con sus nietos, hasta que regresé a mi Cerdanya natal en 1973.   El traslado fue una odisea pues Alberto, el marido de Mercedes, se empecinó en llevarme en coche, y como el suyo entonces era un  turismo tuvo que pedirle a su hijo Alberto que cargara el mármol en su todo terreno, -sino recuerdo mal era un Range Rover colorado-, y así me vi traquetreada por las curvas que aquel loco cogía a todo lo que daba el bicho.  Más  mareada que una perdiz en la niebla llegué  finalmente a Tartera en donde me instalaron debajo de un precioso tilo de memoria gloriosa.  

Allí pasé los mejores años de mi vida adulta.  Cada verano se reunía toda la familia Bau Coll a mi alrededor y fui  testigo de sus tertulias después de comer, de sus avatares, sus alegrías y sus penas.  Los inviernos eran duros, pero mis piernas todavía eran fuertes y una mano de pintura blanca cada cinco años era suficiente para que luciera dignamente mis patorras.  Había vuelto a mi querida Cerdanya y ya creía que acabaría mis días en ella cuando inesperadamente mi mentora: Doña Mercedes, nieta de quién me saco de Capdevanol recién nacida, murió de un dulce infarto a sus 87 años.  Y és que los humanos sois tan frágiles… 

Al deshacerse la casa de Tartera me tocó en suerte un nuevo mentor y así fue como volví a viajar, a mis 112 años, esta vez en el coche de Anna, la mujer de Albert que para aquel entonces ya estaba domesticado. Después de un placido viaje sin mareo alguno me instalaron en el patio de su casa en Vilanova i la Geltru, nuevamente al lado de una piscina, pero bajo una morera que es un coñazo porque la mitad del año me llena el sobre de hojas.  Y aquí estoy, viviendo mi tercera edad, agonizando con calma, tranquilamente, bajo un árbol más de los muchos que durante mi vida me han acogido a su sombra.  

Por que las mesas en general no se mueren como vosotros de golpe sino muy muy lentamente y durante mucho tiempo…


PD.  Unos años más tarde la pobre morera dejó de molestar... Anna le había declarado la guerra, y Maria Morera, que era como se llamaba, murió de un buen golpe de sierra mecánica aplicado certeramente por Rafel, nuestro jardinero.