El vinagre y la grappa, o el sueño del orégano



El vinagre y la grappa estaban en distintos armarios. Un buen dia alguien se los dejó encima del mármol de la cocina descuidados y tuvieron que estar juntos hasta la mañana siguiente.

Aquella noche no durmieron ni el orégano, ni la mayonesa, ni la crema de leche, ni la manteca, tampoco la leche y el vino que últimamente estaban  cada uno muy en lo suyo.

No se sabe exactamente quién empezó. Unos dicen que fue la grappa fastidiada porque se le estaban acabando las existencias y vio que el vinagre estaba casi por estrenar. Como era más alta, le miró de arriba a abajo, torciendo provocativamente su cuello de cigüeña, y sin sacarse las gafas le dijo al vinagre que le apestaban las axilas. El vinagre que no por ser de Modena era más suave, tenia puestas unas pilas nuevas hacia poco y se revolvió en su botellín con tal furia que una nube de posos le cegó por por momentos: miraquien habla, tu que hiedes encuantoabres la boca...

Y ya estuvo. Volaron los improperios en direcciones ambas y viceversas. Se sacaron el brillo y los trapos todo lo que supieron. Total para poca cosa más que para un baile. En uno de los descansos, cuando parecía que amainaba la tormenta, la crema de leche quiso ligar la cosa como quien liga una salsa y empezó su ronroneo redentor. Ya se sabe que para que la cosa ligue hacen falta muchas vueltas y revueltas del almirez: al final es probable que la salsa se acabe cortando pero en esta ocasión no llegó a corte, fue un simple navajazo. Tu calla le espeto la grappa que no te ha dado nadie vela en este entierro. Eso! –siguió el vinagre– calla, que tan mosquita muerte que pareces y en el fondo venderias a tu madre para tener un programa en la Ser como la Encarna. La mayonesa, alarmada por el cariz que tomaban los hechos, sacó la dentadura del pote y se fue derecha al vinagre. Adoptando un tono conciliador le dijo por lo bajini: tranquila mujer tranquila que a esta – refiriéndose a la grappa – solo es cuestión de echarla un poco de azúcar… Pero si le vas a dar de comer y te muerde la mano, un bozal y no azúcar es lo que habría que darle !!!  dijo indignado el vinagre.

Basura, eso es lo que sois, una basura napolitana (...prego!) se oyó que respondía la grappa con aire de nazi suficiente y siguió: a mi ya me han destilado y soy Pura, pero... a ti, a ti ni se te bebería el más asqueroso violador negro de Soweto. A la mayonesa –todavía fuera del pote–, le entró una mosca en la boca que se había olvidado cerrar. A la crema de leche le entraron Richard Attenborougnianas ganas de gritar ¡Libertad!  cuando oyó las referencias a Soweto…en esos afanes se empeñaba cuando empezó a salirse del botellín y a derramarse encima de la manteca quien al notarse humedecida empezó a vociferar: he roto aguas! he roto aguas!



Tal desmadre contemplaba el orégano en su bote, que decidió no salir ni para ver el tiempo que hacia. Fue así como empezó a soñar. Y soñó que la grappa era seca y altiva, de mucho cuerpo y no menos fuerza en el carácter, gracias a sus cuarenta grados de alcohol. Entendió el motivo de sus vanidades y soñó que mezclada con dulces frutas de Lombardia se volvía audaz y exuberante hasta perder la Importancia. Soñó también que el vinagre era oscuro y de complicados caminos recorridos por mil aromas. Vio como el vinagre –extraviado en sí mismo–, atacaba ácidamente lo más cercano sin evitarlo. Entendió su torturado Destino y soñó que finalmente un  recipiente artesano de cristal finísimo le contendría de su propio acido. Y soñó que al final: ni el vinagre era tan ácido ni la grappa tan seca, que tan solo les faltaba, como a todos, su Contrapunto.



Así fue como llegó la mañana, despertando al orégano de sus sueños y poniendo en su sitio al vinagre y a la grappa.